miércoles, 15 de mayo de 2013

La reocupación del espacio público

Es complicado no hablar de periodismo y de política en estos tiempos difíciles. Inextricablemente enlazados desde los albores de la reinstauración de la democracia en nuestro país, su decadencia conjunta es otro síntoma de las crisis social y política, que de manera menos evidente se habían gestado mucho antes del reventón económico. Las tres crisis: la económica, la política y la de la esfera pública han confluido de tal modo que el deterioro de las dos últimas han conducido a lo que parece una pésima gestión de la primera, que, a su vez, revierte en ellas. Me explico: el diseño constitucional por el que los partidos políticos eran los encargados casi monopolistas de la iniciativa política y el posterior desarrollo de diseños institucionales que fomentaban la especialización de la gestión política y el retiro de los ciudadanos particulares a sus asuntos privados dejaron la esfera pública maltrecha y casi inservible. Porque la esfera pública es ese espacio informal, no modelado ni estructurado por el Estado, en el que se gestan las iniciativas ciudadanas, en el que se problematizan asuntos hasta entonces incuestionados y, de ese modo, se amplía el horizonte social en todas direcciones y se aportan ideas y soluciones hasta entonces inimaginadas a los nuevos retos. Claro que si de esa esfera pública se barre a la ciudadanía y es copada por medios de comunicación que responden a intereses empresariales y partidistas, (anteponiendo así intereses estratégicos económicos o de otra índole al bien común y al interés general de la ciudadanía), por grupos de presión, expertos en márketing y aspirantes a ingenieros sociales, es poco probable  que las decisiones que se tomen cuenten con el respaldo de la población, e incluso se pondrá en duda su legitimidad, por mucho que se invoque el derecho a tomarlas por estar refrendados los encargados de ello por unas elecciones democráticas. 


Ocupando el espacio público
(cortesía de Luisa del Rosario)
No obstante, en épocas de bonanza, gran parte de la ciudadanía aceptaba, incluso con gozo, el papel que se le había otorgado: el de consumidor. Así, la única crítica que tenía aceptabilidad era la que se esgrimía contra los objetos de consumo o de ocio. Pedir la hoja de reclamaciones constituía la máxima expresión de la autonomía. La libertad parecía quedar reducida sólo a la de elegir en qué gastar el dinero. El Estado del Bienestar tuvo, como efecto negativo (como ya ha señalado Habermas) convertir a los ciudadanos (con su aquiescencia) en clientes de servicios. Así, mi impresión es que los años perdidos no son los actuales, sino todos aquellos en los que el crecimiento del PIB y de la renta per cápita no vino acompañado de la ampliación de espacios de participación política, de la profundización de los valores democráticos, de la mejora de las relaciones laborales y de la eliminación de las bolsas de pobreza que ni en los mejores años se redujo de modo significativo.

Por el lado de los medios de comunicación, la caída constante de venta de ejemplares y de lectores no parece que haya venido acompañada del debido cuestionamiento de su función social y política.  Más bien, su particular crisis la ha intando solventar sólo en el aspecto económico, a base de reducciones de plantilla  y búsqueda de nuevos inversores, orillando el afrontamiento de lo que constituye, en mi opinión, su problema principal: la creciente falta de credibilidad que los aleja de amplios sectores de la ciudadanía que anteriormente conformaban su masa lectora. Su modelo de negocio parece abocado a desaparecer o a experimentar una mutación estructural. De ahí que no extrañe la proliferación en Internet de medios digitales, blogs, etc.  que no requieren de la enorme inversión de capital que necesita el soporte físico, sólo disponible, por consiguiente, para conglomerados empresariales cuyos intereses no se alinean necesariamente con los de la ciudadanía. Como ya dijimos en otro post, si los medios no trasladan las problematizaciones suscitadas en la esfera informal a las instituciones encargadas de resolverlas o de plasmarlas en iniciativas legislativas, si se limitan a cumplir tareas de encargo, de difusión de consignas o de propaganda provenientes de las élites para su propagación entre la ciudadanía, aparte de incumplir con su tarea funcional en una democracia y de contribuir a erosionar ésta, me temo que acabarán por destruirse a sí mismos.

Una tendencia similar se percibe en los dos principales partidos políticos. Ante el hecho de la desafección de amplias capas de la ciudadanía que antes se inclinaba por votarles dentro de un sistema electoral que promueve el bipartidismo y la estabilidad política antes que la pluralidad de la representación, aquellos muestran una actitud contemporizadora, de resistencia, esperando que la crisis económica escampe y todo vuelva a la situación (política) anterior. 


Datos de Metroscopia
Sin embargo, en un nuevo escenario de precariedad laboral y, por consiguiente, social por el recorte de los derechos de los trabajadores y empleados, en un escenario informativo des-autorizado y des-monopolizado, no parece probable que eso ocurra. Aunque sus think tanks y fundaciones varias se estrujen los sesos para absorber y canalizar las nuevas protestas y modos de expresión de la ciudadanía, su óptica de los acontecimientos parece demasiado estrecha para las nuevas realidades. No obstante, más allá de la fragmentación de la representación política en las cámaras, está por ver que el concepto mismo de partido político permanezca inalterado sin su consiguiente quebranto.

Partidos políticos y medios de comunicación han sido cooperadores en el anestesiamiento político de la esfera pública. La política parecía haber quedado reducida a la resolución de problemas administrativos o técnicos que no parecían tener conexión con la pluralidad de valores o de cosmovisiones. El énfasis en la gestión  y no en el planeamiento de la sociedad en la que querríamos vivir, como si ya morásemos en la mejor posible (olvidando así a los sectores más depauperados y marginados de la ciudadanía,por ejemplo), reforzó ese vaciamiento de la política en la esfera pública e incentivó, como hemos dicho al principio, el desinterés de la mayoría de los ciudadanos con respecto de las preocupaciones por el bien común.


Fotografía de Democracia Real Ya
En la actualidad, tras el surgimiento de la crisis y la bajada del nivel de vida general, la precarización de las relaciones laborales, la crisis de legitimidad y representación, y, por tanto, la aguda crisis de confianza en el sistema, parte de la ciudadanía ha vuelto a reivindicar su necesario papel en la iniciativa política. Ya sea por los efectos directos de la crisis, ya sea por solidaridad o por reflexión personal, la política no institucionalizada ha vuelto a la esfera pública. Movimientos como el 15-M u otros colectivos de ciudadanos de a pie que han adquirido protagonismo en los últimos tiempos han contribuido a cambiar la conciencia colectiva. Bien sea para denigrarlo o subestimarlo, bien sea para ensalzarlo o exagerarlo, el fenómeno del 15-M  marca un punto de inflexión en la valoración y análisis de la política española, además de servir de ejemplo, inspiración y punto de partida para otros futuros movimientos ciudadanos. El nuevo escenario, más convulso e inestable, pero también más plural y abarcador ha dejado de estar monopolizado por los partidos y medios de comunicación tradicionales. Las crisis son oportunidades para el cambio, y no todos los cambios tienen que ser a peor.


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