Un pacto de progreso, según algunos. (foto: el diario.es) |
Tras la llegada de éstos y de la conformación de pactos de progreso de variado pelaje en las instituciones canarias, como en el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria o en el Cabildo de la misma isla, la prudencia se ha adueñado de la esfera pública canaria, si por ella entendemos, meramente, los medios de comunicación locales. Dichos medios, sobre todo los diarios, en ese papel que se han arrogado ellos mismos de no sólo vigilantes de las instituciones públicas sino, además, de participantes en la misma mesa de las decisiones políticas, dan una de cal y otra de arena vía columnistas de opinión a los nuevos partidos: plataformas de confluencia y Podemos, básicamente. En cambio, si por esfera pública entendemos algo más amplio que los medios de comunicación tradicionales, las críticas han comenzado a surgir, así como la crítica a dichas críticas, por medio del mensaje de que éstas "dan munición" a la derecha (entendiendo por ella al PP), lo que no deja de ser preocupante por su mezquina concepción de la razón. A estas alturas, la disposición política de estas nuevas fuerzas mezcla una urgencia por ocupar parcelas de poder institucional con ciertos gestos de ostentación transgresora de carácter simbólico hacia la opinión pública y, en el caso por ahora exclusivo de Podemos, con la confirmación de la acelerada tendencia a controlar a las bases mediante exigentes procedimientos de primarias, convertidas en verdaderos plebiscitos, y el disciplinamiento de los elementos más díscolos tanto por marginación como por expulsión.
¡Hacia el progreso y más allá! (foto: eldiario.es) |
En este panorama político, la labor del ciudadano crítico, y no menos la del intelectual (figura de la que Canarias, por desgracia, ha estado tradicionalmente huérfana), es, por un lado, la de vigilar que el comportamiento de las instituciones públicas y, en especial, las de carácter representativo, se ajusten a criterios de legalidad, justicia e igualdad, y abogar por su democratización en la medida de lo posible. Por otro, es útil, dada la imposible omnisciencia y ubicuidad del individuo, valerse de los medios de comunicación. Pero servirse de ellos no debe significar que se asuman sus planteamientos, pues en numerosos casos dichos medios adolecen de evidentes (o más secretos) conflictos de intereses, que se manifiestan de manera transversal en su contenido. Es decir, que se reflejan tanto en editoriales, como columnas de opinión, entrevistas, artículos de fondo o noticias en general. Por poner un ejemplo, y sólo en su vertiente meramente económica, la perversión de un periodismo que se pretende de puertas afuera libre e independiente se plasma en la publicidad que se encubre como noticia, algo que, para el ojo entrenado, se percibe en los periódicos, y no sólo en los de papel. El cinismo ingente de dueños y directores de los medios en sus declaraciones públicas, profesiones de fe y discursos en jornadas sobre periodismo es ejemplarizante por la lección que representa para los que nos esforzamos por profundizar y mejorar nuestra democracia desde nuestro modesto espacio cotidiano, alejado de instituciones públicas y privadas fuentes de poder.
En este papel de ciudadanos activos, vigilantes y críticos, pero no insertos en organizaciones políticas ni en lobbies privados centrados en sus propios intereses, no podemos por menos que mostrar sorpresa por la actitud de las nuevas formaciones, que, por ejemplo en asuntos urbanísticos, ya han manifestado su acatamiento a las decisiones de los grupos de gobierno anteriores. Además, el ciudadano crítico debe darse cuenta de que no sólo se trata, por ejemplo, del dichoso acuario de Las Palmas de Gran Canaria o del futuro parque acuático en el sur de Gran Canaria, entre otros, sino también de la incapacidad política de poner en tela de juicio, siquiera a nivel conceptual, la trama de subvenciones a festivales, espectáculos, organizaciones culturales y clubs deportivos profesionales, sumidero secular del dinero público, por la que, de una parte, se priman los gustos minoritarios de los sectores más acomodados de la sociedad y, de otra, se favorece un control de la población (suele llamarse, con más amabilidad, "cohesión social") por la vía de la expresión políticamente inocua de las emociones, sobre todo en tiempos de crisis como los actuales. Es esa incapacidad de imaginarse otro marco de relaciones de los ciudadanos con las instituciones y de los ciudadanos entre sí lo que provoca, al menos a este que escribe, una profunda desazón, pues la entrada de grupos a la gestión municipal como Equo abría a priori la posibilidad de imaginar no sólo otro tipo de políticas, sino otra manera de pensar la política. Sin embargo, apenas han transcurrido unos días desde la constitución de alcaldías, cabildos y gobierno cuando comenzamos a despertarnos de los sueños de participación ciudadana. Si en los temas de enjundia y en los que no existe consenso social en absoluto (pese a que sí que lo haya periodístico y partidista) no se da traslado a la población para que opine (¡y que dicha opinión vincule!), ¿qué se dejará para la decisión popular? Son precisamente esos temas vedados normalmente a la información y conocimientos ciudadanos, esos asuntos urbanísticos, sociales, culturales, etc., que marcarán el devenir de la ciudad o de la isla, justo esas operaciones político-empresariales de calado, las que son problematizadas, las que deben ser analizadas y discutidas por la población. Si la democracia es el sistema por el que la ciudadanía no sólo participa en el gobierno sino que se da leyes a sí misma, me temo que estos grupos políticos de pretendida confluencia progresista como LPGC Puede o aquellos con aires (en su momento) rupturistas de base popular y empoderamiento ciudadano como Podemos están condenados a contradecirse a cada momento y, como inevitable consecuencia, a traicionar aquellas esperanzas que muchos depositamos en su momento y que algunos siguen manteniendo todavía.