Si no fuera porque les haría una publicidad extra (aunque mínima) que no se merecen, consideraría la posibilidad de dedicar al menos un blog trimestral a aquellos artículos de opinión que, en mi irreductible subjetividad, me han parecido los más ridículos o los más estúpidos. Además, el esfuerzo de leerlos de principio a fin supone un esfuerzo intelectual tan baldío que no puede llevarse a cabo sin consecuencias; y el tiempo se consume tan rápido que uno lamentaría llegar a las puertas de la muerte con la consciencia de haberlo desperdiciado con tanta lectura inútil e insatisfactoria.
Por sus palabras, los conocerán (foto: Centro Filosófico). |
En los medios tradicionales de ámbito provincial, como los que se editan, sin ir más lejos, en Canarias, es chocante leer a Catedráticos de Filosofía asegurando que los españoles tienen una esencia y que en nuestra idiosincracia duerme, al menos, una de las dos Españas, lista para despertar y abalanzarse con ánimo iracundo sobre la otra. O a un ex director de periódico pontificando sobre los nuevos partidos, que, a su docta mirada, no son sino "berlusconismo bolivariano", o improvisando sobre cualquier otra cosa con la misma mirada miope y con la misma torpeza impotente. ¿Se pregunta uno cómo fue posible que dirigiera alguna vez un periódico? No, más bien constata que el autodidactismo está sobrevalorado. Otro periodista de radio y prensa otea el horizonte y se pregunta en qué asunto va a dignarse a inocularnos una dosis de periodismo de investigación del bueno. Ya llegará a las conclusiones que hagan falta. En otro medio local, esta vez una emisora de televisión, un individuo alcanza fama nacional por insultar a todo aquel que le apriete el resorte de la indignación patriotera. Ejemplos los hay por decenas. En todo caso, no debería resultar chocante ni irrespetuoso el exigir que, como principio básico ético, ese periodista, columnista, tertualiano o analista político sobrevenido que se muestra a favor de tal o cual asunto, diera a conocer, primero, su grado de mediatización. No se puede apoyar el Womad, el Festival de Música, de Teatro o de Cine, subrayando lo bueno que son para la Cultura y blablá, sin explicitar que se ha tenido o se tiene relación laboral con la organización, o que ésta le paga los gastos de viaje y hotel y, además, le proporciona entradas VIP. No vale, en términos democráticos, que se intente construir un consenso ficticio en los medios acerca de las bondades de un Mundial de baloncesto o de la necesidad de un pabellón de deportes de 50 millones de euros porque nos va a situar en el mapa mundial del deporte sin que aparezca ninguna opinión disidente. Tampoco, salvo unanimidad nunca vista en sociedades humanas, que ese supuesto consenso oculte las miserias de los grandes proyectos empresariales: parques recreativos, acuarios, zoológicos, casinos, etc., esa disneyficación del territorio que disfraza la falta de provisión de servicios al tercio de la población que nunca cuenta.
Te están disneyficando, y lo sabes. |
Soy una eminencia: salgo en este blog (Wiki). |
Cuando uno oye hablar tanto de la necesidad de "un nuevo proceso constituyente", es difícil evitar la tentación de querer otro paralelo para los medios en España. En ese sentido, no deja de parecerme positiva la aparición, ya hace unos años, de lo que Manuel Castells denomina "medios de autocomunicación de masas": todos esos contenidos de texto, audio o vídeo que cualquier persona puede volcar en la red y difundir a su lista de contactos o de manera masiva, sirviéndose de redes sociales o de sitios web de volcado y compartición. Aunque algunos periodistas (incluyendo a sus directores) se quejen del "intrusismo" o del "amateurismo", lo que parece claro es que en este "Babel polifónico", la confusión y la dispersión son el menor precio a pagar por la libertad de expresión y de información. No es la tradición del periodismo en nuestro país, salvo las obligadas excepciones de rigor, una a la que pueda apelarse para que sirva de norma ética y democrática ni para que estructure nuestra realidad, a la vista de lo que leemos y padecemos cada día.
El periodismo es una actividad como las demás. Las empresas que editan periódicos o producen programas de televisión toman un hecho -su materia prima-, lo transforman según un esquema y al producto, cuando está listo para el consumo, lo llaman “noticia”. Los productos o noticias difieren entre sí según la empresa que los elabore, como hay zapatos, panes y bolígrafos diferentes que merecen de sus destinatarios o consumidores valoraciones distintas. Esto es así y no hay que intentar cambiarlo porque no se puede.
ResponderEliminarValoro el viejo y sabio principio de anteponer la humildad a la arrogancia y suscribo la necesidad de propender al aprendizaje, que exige variedad de canales y de discursos. Una de las peores consecuencias de la crisis económica ha sido arruinar empresas periodísticas y hacer a las que quedan más dependientes de los gobiernos. Como el autor, celebro la profusión de canales de comunicación en Internet, y no me preocupa el “intrusismo” que denuncian algunos periodistas de mentalidad gremial.
Estimado lector: es e es justo el problema, la concepción de la actividad periodística como una empresa con ánimo lucro y la consiguiente concepción de la información como mercancía y del ciudadano como consumidor. Por otro lado, no sólo se puede cambiar, sino que se debe: uno de los principales problemas de la democracia española reside en una esfera pública manipulada y falsificada, además de excluyente. Por otro lado, ya es malo que los medios de comunicación dependan del Gobierno para que además dependan de los bancos o de la empresa constructora de turno.
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