viernes, 10 de mayo de 2013

Opino, luego nada

Una de las figuras más conspicuas, pero menos relevantes en los medios de comunicación es la del columnista en la prensa y la del tertuliano en la radio o en la televisión. Digo conspicua porque su presencia no sólo es visible, sino que se hace notar. En la prensa: colores, tipografía y formato especiales; en la radio, no hay parrilla en la que cada programa no cuente con un debate político, deportivo o cultural. En la tele, grandes escenarios, decorados star-trek, cronómetros que miden el tiempo de intervención; en algunos casos, público para el aplauso o  el jaleo... Esta pasión por el debate podría en principio ser una buena señal respecto de la salud de nuestra democracia. En la tele, sobre todo en los últimos tiempos, el debate político se ha convertido en una de las estrellas de la programación de las cadenas. Puede uno llegar a pensar que lo político se ha reintroducido en los hábitos sociales, cuando parecía que la ciudadanía se había alejado para dedicarse a sus asuntos privados y dejado la gestión pública en manos de los especialistas. 


El que gane se queda con la rubia

Digo también menos relevantes porque está por ver que en estos espacios se debata. Es decir, no digo que no se produzca intercambio de opiniones, pero cuando las opiniones se limitan a intercambiarse, de poco sirven. De hecho, cuando asistimos a debates electorales podemos corroborarlo. Como si fueran agua y aceite, no parece que haya modo de que los argumentos de un candidato influyan en la mejora, matización o renovación de los argumentos del otro. Podemos situarnos en un plano menos ideal y más estratégico y reparar en que en ningún momento los contendientes lo pretendieron. De hecho, su interés no estaba en obtener una ganancia gnoseológica sino en suscitar la aprobación o adhesión de un público situado más allá del plató, frente al televisor, una masa informe que bien moldeada podría transfigurarse en votos. No es de extrañar que no suscite escándalo que se pregunte a los ciudadanos quién ha ganado. Y tampoco que los ciudadanos acepten responder a este tipo de preguntas que, miradas con cierto extrañamiento, están cercanas al absurdo. 

De sobra está estudiada la teatralización de la política,  examinada la consideración de la política como espectáculo, pero no por ello deja de resultar irritante constatar que asumimos con naturalidad que votemos a un partido o a otro si nos sentimos identificados o no con él.  En realidad, más que vincular mi identidad a otra persona o partido, preferiría que me ofrecieran buenas razones respecto del tratamiento de los diferentes problemas que encaramos como sociedad y ciudadanos. Buenas razones que no pertenecen en exclusiva a nadie, y buenas razones que sólo pueden surgir tras la apreciación de las opiniones, motivos y objetivos de otras personas y colectivos. Dejar  el trazado de las líneas presentes y futuras de nuestra comunidad en manos sólo de las meras emociones o de su representación no parece el mejor modo de conseguirlo.


Gente que decidió sentirse identificada
Lo mismo podemos decir de los debates entre periodistas. Como si fueran caballeros que militan bajo distintos pendones, se baten entre sí casi sin oírse. No es de extrañar que parezcan luchar en soledad, propinando mandobles al aire, pues en realidad nunca quisieron de-batir en un espacio común. Así, el periodista A profiere su crítica acerba contra el Gobierno, el B lo defiende a capa y espada, el C  hace alarde de su particular erudición histórica para defender la identidad milenaria de su pueblo/nación, y el D se sitúa entre A y B, a lo que añade una leve ironía respecto de C, lo que le convierte en moderado. Acabado el debate todos siguen pensando absolutamente lo mismo, defendiendo exactamente los mismos puntos de vista. Ni un matiz, ni una concesión salvo que sea para reforzar la posición propia. Por ello, su relevancia en el espacio público es conspicua, pegajosa, insoportable a veces, pero al mismo tiempo irrelevante, vacua y prescindible. Al espectador u oyente sólo le queda adherirse o identificarse, sólo le queda sentir quién le cayó mejor o peor...

Y qué decir de los columnistas de los grandes periódicos.  Y de los columnistas de periódico local. Salvo raras excepciones (y hay alguna), es difícil imaginar como se puede desaprovechar con tanta eficacia ese pequeño altavoz público con el que se pueden comunicar tantas cosas a (potencialmente) tanta gente. Hay columnistas que, seguramente ahítos de escribir, nos cuentan los cotilleos de salón respecto de políticos o empresarios. Otros, nos atosigan con sus postureos literarios o anécdotas de costumbres. No digo yo que uno no pueda tener debilidades, sobre todo si denotan cierto ingenio o agudeza. Lo malo es cuando tal debilidad se convierte en seña de identidad, de la que incluso se enorgullecen. Cuando la anédocta trivial o el chascarrillo, por un lado, o la transmisión de consignas desde centros de poder se convierten en el único contenido. No es por nada que el tránsito desde los primeros periódicos de la incipiente sociedad burguesa de finales del siglo XVI hasta mediados del XVII, pasando por los periódicos de masas hasta la actual nadería ha ido paralelo a la evolución o, más bien, decadencia de la esfera pública (Cf. Habermas Historia y crítica de la opinión pública).
¿Por qué será que me citan tanto?

Es evidente que no vivimos en una sociedad bien ordenada, ni que se dan, siquiera de manera aproximada, las condiciones ideales para el diálogo ni mucho menos para una esfera pública sin distorsiones, dominada como está por grupos de presión, especialistas en marketing y publicidad, psicólogos sociales, etc.
No soy tan ingenuo para creer que las luchas por poder, la defensa de los intereses propios y la intolerancia no formen parte importante de nuestro mundo y creer que la mayoría de los ciudadanos cambiarían su modo de actuar, normalmente quietista, conformista y pasivo, para ejercer de individuales motores de evolución y cambio sólo con que supieran. No obstante, qué menos que opinar y actuar en conformidad con lo que uno cree justo.

Bueno, ya me despido. Como se puede ver a simple vista, no es este un blog teórico, con citas a pie de página y abundante bibliografía. Es más bien un espacio en el que reflejo y comparto mis inquietudes. Al principio, pretendía ser más ligero aún, pero es difícil expresarse en un medio público con potenciales lectores desconocidos y no intentar, de alguna manera, que influya. Lo cierto es que en la vida cotidiana sobran motivos para la indignación, para la crítica, para la irritación y para el asombro.  







2 comentarios:

  1. Y no olvidemos la interpretación posterior que se le da al debate, donde claramente han ganado los dos, dependiendo del partido al que le preguntes. Es como la prensa deportiva, el periódico del Barça ve penalti del portero y el del Real Madrid ve falta del delantero, en la misma jugada, XD

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  2. a veces pienso que todos estos creen que la mayoría del pueblo es tonta

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