martes, 4 de noviembre de 2014

La ira del pueblo


Dado el prestigio que gozo entre mi menguante número de lectores, y ante los reiterados silencios de mis amistades más próximas, me he visto obligado a dar en este post mi opinión ante los últimos acontecimientos políticos. Exacto: hablaré de Podemos por primera vez tras su irrupción en las elecciones europeas y en el escenario mediático-político de este desvencijado país.


Una cosa llevó a otra, ingenuamente, y aquí estoy...
Hace unos días, un sondeo encargado por un periódico de ámbito nacional colocaba a Podemos como primera organización en intención de voto de los españoles en unas elecciones generales. Conocida es por Vds. mi opinión sobre dichos sondeos: más herramienta de propaganda política que ciencia de las preferencias ciudadanas; más medio de manipulación que instrumento de análisis. Esta también lo es, sin duda, por no mencionar los comentarios a las cifras así como el editorial del mismo periódico, en los que se venía a decir que tal agregación de preferencias se debía a la "ira ciudadana". No es ingenua esta explicación. La ira, como pueden imaginar, no es la expresión de una opción razonada ni argumentada, sino la manifestación irracional hacia hechos reales o imaginados que indignan u ofenden al portador de ese sentimiento. Fue a Marat, por cierto, a quien se le denominó La ira del pueblo, en la Revolución Francesa, y así acabó. Sin embargo, y más allá de la tosca asociación histórica, de la conveniencia política o de la ingeniería social que se escondan detrás de la publicación de dicha encuesta, parece indudable que Podemos se muestra como una opción de voto sólida y en permanente ascenso para las próximas elecciones autonómicas y generales. 



¡A pragmático no me ha ganado nadie en la vida! (foto: Wikipedia).

Se podrán argüir numerosas y razonables objeciones respecto del programa económico de Podemos. Es notable, no obstante, que sea casi de modo exclusivo en ese ámbito donde se producen. Es decir, aun siendo de importancia fundamental el programa económico de un partido con aspiraciones de Gobierno, también resulta determinante su concepción del Estado y de la política, su antropología y su modo de intervención en la sociedad y en la cultura que ésta genera. En torno al programa económico, nada se gana, del lado de los detractores, con despacharlo como "utópico", "populista", "trasnochado" y adjetivos de ese jaez. Sin entrar en profundidad en un debate en el que no soy experto, es fácil comprobar que no todas las políticas pragmáticas y realistas llevadas a cabo (o intentado) por los gobiernos anteriores han cumplido sus objetivos y que, en la actualidad, además, nos encontramos en una profunda crisis económica con enormes cifras de paro, pobreza, desigualdad social y emigración (salvo que, en un sesgo tenebroso, nos atraviese el pensamiento de que sí se buscaba un aumento del índice del paro como excusa para precarizar el trabajo, que también implicaba eliminar o reducir a la casi insignificancia a los sindicatos; que, además, caigamos en la cuenta de que a las grandes empresas no les importe demasiado una disminución del consumo de parte de la población porque sus beneficios provienen de inversiones financieras no productivas, etc., y sus nichos de mercado no se resienten). No se le puede  reprochar a una formación política que, convenientemente asesorada, busque maneras diferentes  y justas de no sólo superar la crisis sino de proteger a los ciudadanos como prioridad, dado, sobre todo, el escaso entusiasmo que por este último objetivo ha mostrado el actual Ejecutivo. 

Es posible que algunas medidas de un futuro Gobierno Podemos fracasen: las veleidades de la fortuna y los errores de cálculo son inevitables, por no hablar de las presiones externas e internas de aquellos que se consideren perjudicados, pero lo que parece impensable por nadie, al menos a estas alturas, es que se les pudiera acusar de fomentar a sabiendas la desigualdad social, la injusticia o de favorecer la plutocracia. No es poco para unos ciudadanos que llevamos viviendo 36 años de democracia tutelada en régimen de visitas cada par de años para votar y en los que la corrupción político-empresarial se ha normalizado como si fuera ínsita al sistema; 36 años en los que el conformismo, el consumismo y el individualismo a costa de terceros eran la tríada de virtudes ciudadanas alabadas por políticos y medios de comunicación. Características que la ciudadanía absorbimos de manera mayoritaria sin pensarlo demasiado, también es verdad. Podríamos decir que la corrupción no solo fue económica  o política, sino, y es lo peor, también social.


"No es el momento de abrir el melón" (foto: Wiki).

Por otro lado, el fomento de la participación y de la crítica ciudadana, el reforzamiento de la sociedad civil, la reforma de los medios de comunicación, la eliminación y desprivatización (o nacionalización) de los oligopolios en los sectores esenciales para la economía como los de la energía o el agua demuestran, a mi manera de ver, la apuesta, no sólo de Podemos sino de otros partidos como Equo o la miscelánea de movimientos que representa, por ejemplo, Guanyem o los diversos Ganemos que brotan por doquier, por un Estado fuerte y por una ciudadanía robusta. En mi opinión, sería importante, como uno de los primeros pasos, una profunda reforma de las administraciones locales por las que se abrieran a la participación y fiscalización de los vecinos, en la medida y con las herramientas que el número de habitantes permitiera.

 Además, la antropología de estas nuevas organizaciones políticas no parece ser la del liberalismo: ser humano por naturaleza egoísta,  sólo preocupado por satisfacer sus preferencias y deseos fijados de antemano, como la que representa la teoría de la elección racional o la teoría de juegos. Ni tampoco la del neoliberalismo: la competencia como norma básica, la recompensa del mercado como indicador del éxito, el individuo flexible y disponible: empresa de sí mismo; los débiles y los ineficaces destinados por sus taras, debilidades o falta de eficiencia a la periferia económica y social del sistema. La impresión que me produce Podemos y los demás movimientos políticos mencionados es que no renuncian a las conquistas liberales de los derechos individuales (las libertades de los modernos), pero desean recuperar o, más bien en el caso de nuestro país, implantar el espíritu republicano de la voluntad popular y del bien común, y la implicación activa del ciudadano en la política (las libertades de los antiguos). Con conocer la concepción del ser humano que tengan los partidos políticos, tendremos una medida del espíritu que los guiará cuando ocupen el Gobierno.


Aunque ausente, estoy presente.

No es difícil imaginar, también, que la inercia apolítica de décadas actuará de rémora ante lo que parece una marea creciente de apoyo popular. En todos los estratos sociales, aquel conformismo o indiferencia hacia todo lo que no sean las propias necesidades no se ha diluido de la noche a la mañana. Ese desprecio por lo que se ignora, esa pereza a lo nuevo, y que, por tanto, resulta inquietante, terminan siempre constituyendo el apoyo más sólido del sistema,  lo que de verdad refuerza el statu quo. Tal inquietud se alienta de manera conveniente, hasta transformarla en miedo, por los medios de comunicación y por los partidos políticos tradicionales, embarcados desde hace unos meses en sus campañas de desprestigio contra esta nueva formación política y contra las plataformas ciudadanas de nuevo cuño. Es sintomático, sin embargo, que tanto Podemos como los movimientos sociales y los medios de comunicación alternativos han surgido en su mayor parte después del fenómeno colectivo del 15-M. Quizá sea temerario asegurar que se está produciendo un cambio de conciencia colectiva o gestándose un nuevo imaginario político.  Aún más, que dicho cambio sea  irreversible. La erosión o eliminación de los derechos que se habían conseguido en el último siglo y que, al creerlos naturales, nos pareció que no había necesidad de protegerlos activamente, nos convencen de la necesidad de no olvidar que siempre son contingentes, que la lucha, aunque soterrada, no concluye nunca. Como dijo hace poco un mediocre político local que nunca ganó unas elecciones: "Podemos promete un paraíso inexistente". Pues bienvenida sea esta época en la que, al menos, es posible soñar.