jueves, 23 de mayo de 2013

Subvencióname por tu bien: soy artista

Cuando parecía que a raíz y como consecuencia de la tremenda crisis económica que estamos sufriendo, el asunto se había finiquitado, he aquí que reaparece una y otra vez. No de manera virulenta, sino a la manera de esos catarros de entretiempo tan propios de nuestra canariedad. Ese tema, como no podía ser otro, es el de la cultura, o CULTURA, con mayúsculas, como gustan de decir algunos. Pero no teman, lo que publican los medios no es que haya una crisis de la cultura española, canaria o del barrio, es decir, no es que de repente dejemos de tomarnos el cafelito a media mañana, ni que la gente haya dejado de discutir por los fueras de juego, ni siquiera que los políticos se hayan vuelto, de repente, competentes en su área. Tampoco es que hayamos abandonado los zapatos  y caminemos descalzos, ni que hayamos decidido renunciar a los pisos fabricados por las empresas constructoras y hubiésemos optado, a la manera de Thoreau, por construir nuestra propia cabaña.
Soy un desobediente civil.

 A donde quiero llegar es que lo que errónea, pero insidiosamente, se quiere pasar por cultura no es más, ni menos, que lo todos conocemos por arte y espectáculos. Para centrarnos, algunas voces que periódicamente tienen cabida en los medios de comunicación, además de las redes sociales, critican o lamentan el estado actual de la Cultura. ¿Acaso hablan de que los españoles o canarios hemos perdido la capacidad creadora? ¿De que los artistas padecen una crisis de creatividad que amenaza con durar ad eternum? No, al parecer la mayoría de las quejas provienen de que el Estado o las instituciones públicas en sus infinitas encarnaciones ya no subvencionan la amplia gama de actividades y producciones artísticas como hacía antes, en la época de las vacas gordas. Además de que el caudal de dinero público se ha reducido, el Gobierno se ha atrevido a subir al 21% el impuesto a las actividades que se aglutinan bajo el rótulo de cultura (no olvidemos que España tiene un ministerio de Cultura). ¡Es el fin de la cultura!, exclaman.

Es tan sencillo como evidente señalar que en esta época de recortes a ultranza,  en comparación con las prestaciones que parecen básicas como la Sanidad o la Educación o la de desempleo, palidecen en importancia social las que ofrecen las demás áreas. Parecería que no debería haber demasiada discusión al respecto. Pues si bien pocos discuten (pero sí, los hay) que la Sanidad pública es cara y que hay que mantenerla con impuestos (de todos); o que la Educación, si se quiere universal, también; muchos menos habrá que consideren lógico o necesario subvencionar la producción artística, porque su utilidad es mucho menos obvia. Afilando el argumento, si ya se está poniendo en tela de juicio que el Estado asuma la Sanidad o la Educación, que hasta ahora formaban parte indispensable de lo que se consideraba el Estado del Bienestar, tanto más será discutible que el erario sostenga una actividad no esencial para la reproducción social como es la actividad artística.


¿Cuándo una manifa por la Cultura? (Foto de Reuters)
 Claro que podría discutirse los límites del campo semántico del concepto esencial. Al menos, convendrán conmigo, en que se podría establecer una escala jerárquica básico. Al no ser este el espacio para un análisis profundo, me limitaré a dar apuntes para la reflexión: No podemos vivir sin alimentarnos (agua y comida); la vida es miserable y casi imposible sin techo (vivienda); necesitamos adquirir los anteriores con dinero; y, al menos en esta cultura, salvo que uno sea un afortunado heredero, necesita ganarlo con el trabajo (Empleo); para lo anterior es necesario cierto grado de instrucción (saber leer, escribir, contar, etc.: Educación); somos frágiles hasta la exageración, por lo que continuamente necesitamos atención médica (Sanidad). A partir de aquí, lo que se quiera: la elevación del espíritu mediante la contemplación de una pintura, el arrebolamiento al escuchar una sinfonía, la fascinación ante un documental o una película, la singular huella en el ánimo tras la lectura de una novela o de un poema... O el fascinante laberinto del ajedrez, o la sensación de camaradería con los compañeros de petanca, el compañerismo que se propaga entre compañeros de escalada, la beatífica contemplación del paisaje... El ser humano se despliega en innumerables direcciones cuando no tiene que dedicar la totalidad de su tiempo a satisfacer sus necesidades primarias. Digamos que se desprende de la servidumbre meramente biológica y busca satisfacer otras, producto de su incansable cerebro, siempre ávido de nuevas emociones.


Si no sabes quién es, no eres culto.
Por otro lado, ante una depauperada situación económica, parece lógico que cualquier individuo prime sus necesidades básicas. Primará comer todos los días a gastarse el dinero en una entrada para la ópera, el teatro o el cine. Primará mantener a los dependientes que tenga a su cargo a pagarse unas vacaciones en el Caribe. Así son las cosas por mor de la supervivencia, que no obedecen a ninguna conjura cósmica. Simplemente, los seres humanos organizan su mundo con prioridades y jerarquías: primero, las necesidades; después, la diversión y el goce.

El contraargumento más socorrido en este caso por los afectados por los recortes estatales y el descenso en la taquilla es el de calificar todo lo anterior como demagogia, lo cual no nos aclara nada al respecto. Los que quieren ir más allá, sitúan en pie de igualdad la Sanidad o la Educación con la Cultura, porque, según ellos, la última es tan necesaria para vivir como la primera o tan útil para la sociedad como la segunda. Aparte de que es fácilmente demostrable de que la gente no suele morirse por perderse un estreno de cine ni de que el hambre se cura con la Quinta Sinfonía de Beethoven, se requiere cierta tozudez teórica para querer equiparar la recepción de las creaciones artísticas a las necesidades que se pretende satisfacer con la Sanidad, Educación, etc. Una equiparación que, bien mirada, le hace un flaco favor a las demandas en favor de una mayor contribución de fondos estatales a la promoción artística. En realidad, cualquier justificación en esta línea suele ser una mezcla de frases hechas, lugares comunes, argumentos pseudocientíficos y razonamientos paternalistas. Cualquiera de las anteriores que se utilice para apoyar las subvenciones a los festivales de música clásica, ópera o el Womad podría utilizarse, asimismo, para fomentar la petanca, el dominó o cualquier juego de cartas: promueve valores valiosos, cohesiona socialmente, es bueno para la agilidad mental, etc. La línea economicista, que es la más sólida, suele ser la baza escondida, por vergonzosa, una vez que la anterior, la espiritual, deja de ser convincente. En este sentido, los datos que se aportan como la parte del PIB que genera la industria cultural (en la que cabe casi todo), los puestos de trabajo que emplea, el retorno, etc., aparte de pecar de vagos y excesivamente generosos sí que, al menos, la ponen en pie de igualdad con las demandas de subvenciones al tomate, a la energía eólica, etc., pero no en un plano superior. Deberá, entonces, competir por los subsidios como cualquier otra industria o sector productivo de la economía española y demostrar no sólo que los necesite, sino que de algún modo beneficiará a la sociedad. 

Así las cosas, desde el lado del receptor, o como suele llamárseles (creo con cierto desprecio) consumidores culturales, es típico en la argumentación igualar los gustos propios a necesidades; y desde el lado del artista, o de la empresa cultural, es también habitual igualar la creación o negocio a necesidad social.


¡Cohesionamos como las que más!
Por otro lado, En España y en Canarias, las cantidades que se destinaron al equipamiento cultural, en forma de auditorios, teatros, museos, salas de exposiciones y demás ha sido ingente; como también lo ha sido la destinada a las subvenciones directas. Resultado: muchos de estos edificios permanecen vacíos, sin programación que los dote de sentido, quizá porque nunca hubo un publico que fuese a llenarlos ni tantos artistas o compañías para ocupar el escenario. Y respecto de los artistas, parece que sólo unos cuantos se beneficiaron de las dádivas del partido que ocupase el poder en España, en la Comunidad, en la Diputación o Cabildo, en el Ayuntamiento... Eran tiempos en que el Estado se gastaba una millonada en pagar a un artista para que decorara una cúpula en la sede de las Naciones Unidas y se justificaba el gasto porque proporcionaba prestigio; aquí, a nivel local, un pintor agradecía públicamente a determinado político que lo ayudase a  montar su exposición en un país nórdico; una época dorada en que los políticos como aquel gustaban de hablar de la CULTURA con mayúsculas, porque con minúsculas era poca cosa; en que las Comunidades gastaban millones de euros en programar festivales de música, de cine, de teatro o de lo que se les ocurriera para ocupar el lugar que por historia (o tradición, o lo que fuera) les correspondía; en que un alcalde afirmaba que si los ciudadanos no entendían que se gastase un simple par de millones de euros en una obra de Galdós, habría que "cerrar la ciudad"; una época, en fin, en la que hasta los pueblos más pequeños querían tener su propio auditorio para no ser menos que el de al lado.


8 millones de euros. Dicen que proporcionó prestigio.
Y por el lado de los artistas, qué podríamos decir para justificar su peregrinaje por las instituciones para lograr la ansiada subvención; sus requiebros y contorsiones para no herir la susceptibilidad del partido político que pudiera alcanzar el poder en las siguientes elecciones (esas listas negras de artistas, que pasaban al ostracismo). Salvo excepciones, se perfiló un escenario artístico conformista, contemporizador, chato, sin aristas, incapaz de ofrecer alternativas estético-políticas al sistema. Un sistema, recordemos, que ni en sus mejores momentos fue capaz de erradicar la miseria ni la marginación ni la desigualdad social. Un sistema que, como ya dijimos en un post anterior, transformó a los ciudadanos (con la aquiescencia de estos) en clientes y a los artistas en suministradores de contenidos. 

Claro que se podría argumentar que un artista no tiene por qué ser, necesariamente, anti-sistema, o transgresor, o rebelde, o reivindicativo. Ni siquiera tiene por qué dar voz a los oprimidos, ni reflejarlos en su arte. Puede uno ser artista y no ser nada de eso: puede llenar las rotondas de la ciudad con sus esculturas y pretender también que, en vida, la ciudad costee un museo en su honor, pero para nuestro beneficio. Beneficio espiritual, se entiende. Se puede ser artista y pretender que la obra pagada con dinero público constituya una seña de identidad de la que, en un futuro, estaremos orgullosos...  Así, con su ejemplo nos ilustran lo que nunca deberíamos haber olvidado: que ser artista no implica ser solidario ni compasivo, sólo que se posee talento expresivo; que ser culto no significa ser honrado ni justo, sólo que se poseen conocimientos específicos. Que arte y moral no son campos contiguos ni conforman una relación necesaria.





8 comentarios:

  1. Como diría Nerón "Al pueblo pan y circo".
    La "cultura" (fútbol, espectáculos y otras historias)es el circo de la sociedad actual, es una forma que tienen los políticos de mantenernos entretenidos.

    Evidentemente este tipo de "cultura" no va destinada a una sociedad de clase pobre, mas bien de clase media-alta, y a la mayoría de la gente le da igual que el pobre no coma, y es precisamente esta gente la que demanda al gobierno este tipo de espectáculos, y estos con tal de obtener votos pondrian hasta a su madre a tocar las palmas.

    Lo triste es que por el culpa del consumismo, y la estupidez de mas de uno, hay gente que se ha quedado sin comer por pagar una entrada al espectáculo de turno.

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    1. Hubo una época dorada en la que los políticos de un signo y de otro se hacían acompañar de artistas y de escritores afines. Ah, no, que se sigue haciendo...

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  2. Pista sobre los personajes de las fotos. Botón derecho guardar como....

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Vaya tocho. Yo resumiría un poco. Si es esta entrada con la que creías que no iba a estar de acuerdo, te equivocas, claro que lo estoy. El de la foto es...Wagner, perhaps? Saludos, el Gándara

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    1. Si resumía más, se perdía mucho, Antonio. Por otro lado, sí que pensé que no ibas a estar de acuerdo. Alguno de los dos ha modificado su punto de vista, entonces. Y sí, es Wagner...

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  5. Es Wagner pero podría ser, perfectamente, el padre de John Wayne.

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