lunes, 22 de diciembre de 2014

Un cuento de Navidad


Debe de ser una obsesión de todos los escritores consagrados, de los anónimos y de  los que sólo lo son en ciernes escribir un relato por estas fechas que se titulara Un cuento de Navidad. El relato de Charles Dickens, amplificado y multiplicado por las decenas de versiones cinematográficas y animadas, se ha amalgamado y fundido, me atrevería a decir, en la cultura general de gran parte de la población mundial. Aunque quizá escriba desde una posición etnocéntrica reprochable, tengo la impresión de que hablar del fantasma de las Navidades pasadas, presentes o futuras es suscitar una referencia compartida de modo amplio, una suerte de metáfora útil para los más variados usos, al igual que  el avaro Scrooge o el niño lisiado. Esa muleta junto al hogar de la chimenea siempre incitará a la lágrima más o menos furtiva.

Ya que seguimos hablando en clave literaria, conozco al menos otro escritor que tuvo el valor de escribir un relato con parecido título, y que, además, raya a gran altura. Me refiero a Paul Auster. Para aquellos que hayan leído el primero, pero ignoren el segundo, se titula: El cuento de Navidad de Auggie Wren. Dicho relato, además, sirvió de base para la película Smoke, dirigida por el mismo Auster y en la que participaron conocidos actores como William Hurt o Harvey Keitel.

No es el dúo de la tos, pero se le parece.

Si yo fuera escritor, empeñaría mis habilidades, conocimientos y talento en crear otro cuento de Navidad. Tal vez, para hablar de la posibilidad de la redención, al modo de Dickens. O para constatar que esa capacidad de empatía y humanidad es posible incluso bajo el disimulo o la hipocresía. En todo caso, implica  siempre el descubrimiento de ese átomo de bondad que permanece latente incluso bajo los caparazones más duros, que yace oculto o agoniza asfixiado tras capas de desengaños y decepciones, de traiciones a uno mismo y de resentimientos cósmicos.

La burguesía frente a sus fantasmas.

Es más, y vamos a ponernos normativos, todo escritor debería, en estas fechas, abandonar la obra que tuviera entre manos y escribir un cuento de Navidad. En clave española, ya tenemos suficientes triángulos amorosos en historias llenas de pasión y desgarro, demasiadas obras sobre la Guerra Civil  y sobre el heroísmo o la falta de él. Por otro lado, la novela histórica debería ya concluir con su ciclo industrial de moda y ser parte de la Historia, pero se empeña, la maldita, en ser popular. Por supuesto, con muchos triángulos amorosos. Y si es en la Guerra Civil (la que sea), mucho mejor. Por no hablar de la novela negra: esa radiografía inmisericorde en clave local de las miserias existenciales (y criminales) de las capitales de provincia (Madrid o Barcelona están muy gastadas como atrezzo) que, como efecto secundario de crítica social, transforma nuestras conciencias aburguesadas y, por tanto, conformistas. Así, arrumbada por un tiempo toda la panoplia de obligaciones contractuales, egos hinchados y complejos varios, los escritores profesionales o amateurs, y los artistas en general, deberían, insisto, al menos una vez al año, atreverse a merodear en esa zona oculta en la que, quizá en desigual distribución, podemos encontrar artefactos misteriosos, pero inútiles; y valiosos, pero mortíferos. Esa zona en la que, en realidad, sólo unos pocos que intuyen las reglas salen indemnes. Así son los escritores que, una vez concluidas sus incursiones, vuelven y nos enseñan lo que han encontrado. Otro asunto es que sepamos qué hacer con esos descubrimientos. Cada uno, en realidad, tiene una Zona en su interior, pero pocos son los merodeadores de su propio corazón. Además, de Dickens, los hermanos Strugatsky y el cineasta Tarkovsky son de esa clase, sin duda.

Del interior de uno mismo nunca se vuelve por donde se vino.

Bien podrían acusarme de parcial: ¿por qué deberían los escritores inspirarse en Un cuento de Navidad? ¿Por qué no, en El Padre Sergio?¿ O, tal vez, en La Hoja de Niggle? Elíjase la obra que se quiera: entrar en esas disquisiciones sería tan inútil como fatigoso. En el ámbito de la subjetividad artística, el gusto es soberano. Al fin y al cabo, podría parecer contradictorio que abogue por dejar atrás los tópicos literarios y que, al mismo tiempo, señale un relato clásico como fuente de inspiración. En mi defensa, podría argumentar tres elementos probatorios: la ya señalada pervivencia del relato y su inclusión de facto en el canon cultural, así como la elevación de algunos de sus personajes a alegorías de virtudes y defectos humanos. Además, la feliz, pero nada arbitraria conjunción del relato y de las fechas en que escribo este artículo; y, finalmente, mi caprichosa subjetividad, a la que he aludido. En todo caso, es este Un artículo de Navidad. Felices fiestas.

sábado, 6 de diciembre de 2014

Podemos y la democracia deliberativa

Uno, que es propenso a tomar la palabra y a votar en cada ocasión que se presente, ha tenido, desde su posición de observador político, la oportunidad de participar en los últimos tiempos en la elección de candidaturas internas de un par de organizaciones. Tal escenario era inimaginable hace sólo un lustro.  La eclosión del sistema de primarias tanto para militantes como su ampliación a la ciudadanía en general ha afectado a todos los partidos situados, por decirlo con una metáfora espacial, en el centro-izquierda y a los que prefieren considerarse transversales, como Podemos. Por otro lado, los nuevos aires de la política española han introducido en el vocabulario político conceptos como democracia deliberativa que solían permanecer enclaustrados en las publicaciones de los filósofos políticos.

A este respecto, mucho se hablado de la democratización que comporta el sistema de primarias, con un entusiasmo que ha alcanzado su clímax en las fechas previas a la elección de candidatos en el partido de turno. No es menos cierto también que los defectos que se han señalado no han gozado de la misma repercusión. Comparado con el sistema de elección de candidatos del Partido Popular, por dar un ejemplo, el de Izquierda Abierta para las Europeas o, hace pocas fechas, el de Podemos dan la impresión de ser el clímax de la democracia y del pluralismo político. Sin embargo, no todo es como aparece a primera vista. Hablemos, por ejemplo, del caso de este último (ya) partido. Tras estos meses en que esta organización ha sido omnipresente en los medios de comunicación (desde su lanzadera mediática en Público, pasando por otros medios más o menos afines hasta los que los rechazan de plano), me gustaría compartir con Vds. algunas de mis reflexiones:



Elegidos para la gloria.

a) En primer lugar, mucho se habla de la calidad de los líderes y de los programas, pero me gustaría resaltar la importancia de la calidad de los votantes. Calidad intelectual y política, se entiende. Con esto me refiero no sólo a la necesidad de cierta formación en el arte de razonar y argumentar, que quizá no ha estado a disposición de todos los ciudadanos con inquietudes políticas, sino, sobre todo, a una disposición crítica, que hay que cultivar. Dicha disposición no viene, contra lo que pudiera pensarse, dada de modo natural. Votar programas o candidaturas en bloque como hicieron muchos votantes en el congreso fundacional como partido de Podemos parece contradecir, precisamente, esa cualidad crítica, por no hablar de la desvirtuación del principio de listas abiertas. Pudiendo votar individualmente a cada uno de los 62 miembros del Consejo Ciudadano y de los 10 de la Comisión de Garantías, los inscritos en Podemos premiaron al equipo de Pablo Iglesias  con una media del 88'6% de los votos.



¡Yo no quería un portavoz, sino tres!

b) En relación con el punto anterior, a nadie se le escapa que, ante una inflación de candidatos y programas, el votante se inclina por lo conocido, que también es lo que le ahorra esfuerzo cognitivo y tiempo. Más allá del carisma, la valía intelectual y la intrepidez en los debates, la dimensión mediática de Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón, Carolina Bescansa (en orden decreciente), etc., aseguró su triunfo sin posible contestación. Hasta qué punto, entonces, se trató más de un plebiscito, de una ratificación del programa y de los miembros del equipo del líder, que de una verdadera contienda electoral es una cuestión que no debería soslayarse. En la anterior votación masiva, en la que se debatió acerca de la estructura de la organización, sus contendientes más mediáticos, agrupados en el sector de Pablo Echenique y  Teresa Rodríguez, entre otros, apenas alcanzaron el 19% de los votos. La conclusión que salta a la vista es que no todos los candidatos en unas primarias o en una elección con listas abiertas parten en igualdad de condiciones, situación que se agrava si hay multiplicidad de candidaturas y no se crean mecanismos para compensar de algún modo tal disparidad en el conocimiento de los votantes. Da la impresión, tal y como se  han realizado las votaciones hasta ahora en Podemos, que toda la parafernalia de participación ciudadana estaba diseñada y conducida para que condujera a la aclamación del esquema de organización política y de su dirección. En resumen, no había otra incógnita que saber con cuánto margen ganaría el equipo de Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero. 



Algunas podemos menos que otros.

Como contrapunto, y a modo de ejemplo, en las primarias con participación ciudadana de Izquierda Abierta a las Elecciones Europeas se presentaron seis candidatos, cada uno de los cuales tenía derecho a mostrar un vídeo de presentación de la candidatura y otro de conclusión al final del período electoral. Además, se organizaron al menos dos debates entre los candidatos. De este modo, tanto los militantes y simpatizantes como los ciudadanos de a pie  pudieron informarse de las propuestas de los candidatos y votar con algo de conocimiento. Por otro lado, tenemos las diversas primarias regionales del PSOE, en las que bien, como en Madrid, sólo votaba la militancia y en la cual para proponer una candidatura se necesitaba una cantidad casi imposible de avales o bien, como en Canarias, donde la ciudadanía podía votar previo pago de 2 euros y la firma de un compromiso con la ideología socialdemócrata, las familias del partido en mayor o menor grado acarrearon inscritos hacia su candidato: se demostró la trampa cuando la dirección nacional descubrió que  se había pagado con unas pocas tarjetas de crédito la inscripción de miles de ciudadanos. Se anuló, al parecer, cerca del 40% del censo, lo que no fue óbice para que la candidata con mayor porcentaje de sospechosos ganara las primarias.


c) Se podría pensar que tácticamente era necesario todo lo anterior para que un proyecto político que es, sin duda, loable e ilusionante en sus fines, adquiriese la forma, estructura y dirección óptimas, tal y como estaban consideradas por los fundadores del proyecto. Sin embargo, tal ejecución no deja de suscitar sospechas a todos aquellos que, como yo, se sintieron atraídos por los cantos políticos a la participación ciudadana, al debate y a alguna forma de democracia deliberativa. Visto lo visto, tanto la participación ciudadana como el debate son procedimientos pastoreados con el fin de alcanzar los resultados apetecidos. Se obtiene así una forma de legitimidad viciada que puede blandirse, quizá, en un debate de cadena de TV generalista, pero que no resiste un análisis en términos democrático-deliberativos pues la dimensión isegórica y la epistémica han sido reducidas a su mínima expresión.



Cuando éramos tan pobres y tan felices.

d) Da la impresión de que los doctores en Ciencia Política se han cambiado a otro plan de posgrado y se han matriculado en un máster de Praxis Política. Nada que objetar, salvo que ese vocabulario que habían logrado imponer en el debate político en el último año (uno de sus éxitos) adquiere ahora un sentido diferente, bastante decepcionante, por cierto. Los críticos con la actual dirección ya han sido orillados, sus propuestas desechadas por el peso de los votos, y todos aquellos programas y candidatos de los demás círculos que se presentaron en las últimas votaciones, condenados al olvido, una vez apagado el brillo númerico de su testimonio de pluralidad. Tanto ceremonial participativo parece haber servido, de momento, sólo de propaganda hacia adentro y hacia afuera. Si, al final, todo se reduce a confiar en los líderes del partido, por encima de las contingencias del presente, pase lo que pase, digan lo que digan, y aun concediéndoles la posibilidad de que sean capaces de inaugurar una nueva etapa de democracia y prosperidad en España, lo cierto es que no hacían tantas alforjas para tan corto viaje deliberativo.