jueves, 21 de noviembre de 2013

Riesgo cero


Tres noticias referidas a crisis medioambientales han confluido en las últimas fechas como elementos de debate en la esfera pública: la sentencia del Prestige, las catas de petróleo en las cercanías de Canarias y los terremotos de Castor, en Castellón, por una técnica extractiva (gas y petróleo) denominada fracking. Todos recordamos cómo el accidente de un barco petrolero cerca de las costas de Galicia acabó con el desastre ecológico que ahora la Audiencia Provincial de A Coruña ha considerado sin responsabilidad penal.


Efectos del derrame del Prestige (foto: Juan Vicent)

La sentencia, aun siendo contestada por instituciones y grupos de lo más dispar, como la Fiscalía General del Estado o la plataforma Nunca Mais, ejemplifica los riesgos y amenazas a la ecología en general, y a los seres humanos, en particular, en la Modernidad. Pueden ser el derrame de petróleo, o la fuga radioactiva de una central nuclear (Three Mile Island, Chernobyl, Fukushima, por ejemplo), las prácticas de la industria alimentaria o las experimentaciones genéticas (encefalopatía espongiforme bovina, alimentos transgénicos) los síntomas, en palabras del sociólogo alemán Ulrich Beck, de una sociedad del riesgo. Y no sólo del riesgo, sino del riesgo global, pues los vertidos, efectos y accidentes de la industria de nuestra época han dejado de tener repercusiones locales:  atraviesan fronteras y permanenecen durante  generaciones. Además, como elemento iluminador, llama la atención la particularidad de que no hay seguro privado que asuma el riesgo que suponen una central nuclear, la introducción en la cadena alimentaria de productos modificados genéticamente o las consecuencias de una fuga radioactiva a gran escala. Ni se puede compensar en dinero ni reparar todo el impacto de un derrame de petróleo en la flora, fauna y vida de los habitantes de la costa gallega, por ejemplo. 


Fukushima: 160.000 desplazados de sus hogares.

Además, y dado que el planeta no puede ser en sí mismo un laboratorio que se pueda observar desde fuera, no se puede asegurar que no se produzca un accidente o una consecuencia inesperada. Es imposible conocer todos los peligros, prever todos los fallos. La misma ciencia que nos coloca en el disparadero nos avisa de su peligro. En este sentido, sólo se puede hablar de índices de probabilidad y de estadísticas, pero lo que nunca se puede asegurar es que no exista riesgo alguno, o como ha dicho algún político respecto de las prospecciones petrolíferas en Canarias: "riesgo cero". En realidad, este político, experto petrolífero sobrevenido, señalaba que la posibilidad de derrame era "una entre cien mil", pero que si eso ocurriese, "la corriente se lo llevaría hacia las costas de África". Lo cual, evidentemente, debería tranquilizar a los canarios, pues si tal accidente ocurriera, lo sufrirían los habitantes de aquellas tierras ignotas. En todo caso, ni siquiera este diputado estaba capacitado para asegurar de modo absoluto que el accidente no pudiese ocurrir y que no contaminase Canarias. 


Chernobyl (AP).

Porque si efectivamente y riéndose de las infinitesimales probabilidades se produjera un vertido de petróleo y si, a pesar de las corrientes marinas amigas, dicho vertido alcanzase las costas de las islas, ¿quién asumiría la responsabilidad del vertido? ¿cómo se podría hacer frente a las consecuencias, no sólo medioambientales, sino económicas (pesca y turismo, por ejemplo) y sanitarias?  No olvidemos que el cálculo de probabilidades no excluye completamente el suceso determinado.

Por otro lado, y ya centrándonos en esta Comunidad, recordemos el ramillete de argumentaciones falaces que se blanden para ganar la batalla por la opinión pública: la delegada del Gobierno utilizó la de la competencia, al señalar que Marruecos se había adelantado en poner en marcha las catas prospectivas. Es decir, que en la pugna internacional por los recursos y las inversiones, los demás argumentos deberían orillarse. En esa línea, el delegado de la compañía petrolífera convocó hace unos días una rueda informativa en Gran Canaria y utilizó la falacia del puesto de trabajo, por la que cualquier acción o iniciativa está justificada si crea empleo, que fue justo lo que prometió. Asimismo, el ministro de Industria, uno de los principales valedores de las prospecciones petrolíferas, ha optado por enmarcar el asunto en una perspectiva economicista a corto plazo, pasando por alto el riesgo de las repercusiones medioambientales y tachando de "ideología" los argumentos basados en estos.


Vivimos en la sociedad del riesgo.
Hay que recordar en este momento que, una vez producido el desastre, los representantes políticos y los directivos de las empresas en cuestión se apresuran a minimizar lo ocurrido. Todos recordamos, en las explicaciones gubernamentales en torno al Prestige, los famosos "hilos de plastilina" o, hace unos meses, la insólita afirmación del presidente del Gobierno respecto de Fukushima. Aunque esas declaraciones no tardan en ser desmentidas por los hechos, políticos y directivos no parecen desanimarse en su empeño por desorientar a la ciudadanía. Como dice Beck: "En la cadena de catástrofes y cuasicatástrofes, fallos encubiertos de seguridad y escándalos que han llegado a conocimiento público se tambalea la pretensión de control, centrada en la técnica, de las autoridades gubernamentales e industriales; y eso con independencia del parámetro que se haya establecido para los peligros: número de muertos, peligro de contaminación, etc."

Partamos, entonces, para un análisis cabal, de la asunción de los riesgos inherentes a determinado tipo de tecnología y de industria, y en abierto y democrático diálogo con la ciudadanía sopesemos posibilidades y alternativas, barajemos ganancias y perjuicios, y, finalmente, consensuemos una decisión en beneficio de todos: es el único modo posible de legitimar una decisión de ese tipo. Lo que parece indudable es que no existe el "riesgo cero" y que hacer pasar por interés social lo que parece, sobre todo, interés de lobbies, es el pasaporte sellado para el desastre. En este sentido, una participación activa de la sociedad civil resulta imprescindible para poner en marcha políticas ecológicas de este tipo, pues los grandes temas, como señala Beck, "nunca se han originado en la capacidad de anticipación de los gobernantes o del combate parlamentario".



martes, 5 de noviembre de 2013

Partidos dichosos, dichosos partidos

El artículo 6º de la constitución española reza: "Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política (...)". Treinta y cinco años después, podríamos decir que sí, pero en cierto modo. Expresan pluralismo político, pero no todo el pluralismo político. Desde un punto de vista conceptual, es imposible que a cada partido político corresponda una manera distinta de concebir la política y la gestión de los recursos colectivos. Son manifestación de la voluntad popular, pero no de modo exclusivo, aunque quieran convencernos de lo contrario. Respecto a la tercera parte, a la hora de la representatividad institucional es posible concebir a representantes independientes (es decir, sin partido) de la ciudadanía. En todo caso, los partidos no deben aspirar a convertirse en un instrumento omniabarcador, esto es, que conquistase o cooptase todos los modos de participación y expresión políticas.


Algunos la cambian en 24 horas.

La situación histórica en la que se redactó la Constitución resulta determinante para comprender el papel tan importante que se les confirió. La necesidad de canalizar institucionalmente la transición de la dictadura a la democracia y de encontrar interlocutores políticos de peso para que dicho proceso no descarrilara lo explica en gran medida. Además, el deseo de estabilidad política también contribuye a explicar la ley electoral que se escogió, cuyo efecto previsto eran las ventajas comparativas que tendrían los grandes partidos y las formaciones nacionalistas. En fin, es un asunto bastante trillado al que no voy a aportar aquí nada nuevo.

No obstante, en medio de la marejada política desencadenada a raíz de la crisis económica y sus efectos en las áreas social y política, se ha puesto en cuestión el papel de los políticos, el de los partidos y el de la ley electoral. Iniciativas, documentos de estudio, propuestas varias han circulado aquí y allá, ya sea en lo que se refiere a la correspondencia de votos con escaños (vía escogida por los partidos minoritarios) como otras que pretenden una reforma general de la Ley de Partidos (intelectuales, foros varios) . Un aspecto que hasta ahora se ha tocado con cierto descuido, a pesar de las trapisondas del antiguo tesorero del partido del gobierno, es el de la financiación. Entre otros aspectos, se asumen como dogmas que los partidos pueden recibir donaciones (aunque se matice el cómo y el de quién) y que deben recibir subvención estatal según su representación. Podríamos considerar la segunda incompatible con la primera, por ejemplo. O si es saludable que puedan pedir crédito o préstamos a instituciones financieras. Podríamos analizar, en definitiva, por qué los partidos políticos cuestan tanto.


Solo me falta el think para gozar de prestigio.

Además, en las campañas electorales no se pone en cuestión el gasto casi sin medida en que incurren los partidos políticos para propagar sus ideas y dar a conocer a sus líderes, ni (salvo las protestas testimoniales de turno de los perjudicados) el grado de intervención en los medios de comunicación en las campañas electorales. Hemos internalizado que los partidos políticos cuenten con una estructura gigantesca y muy costosa, con su patrimonio inmobiliario, su propio personal y demás. También, que reciban subvenciones las fundaciones y think tanks que apoyan. Y a pesar del aura de podredumbre moral y cinismo político que los envuelven, parece que no podemos imaginarnos el mundo sin ellos. Hace pocos días, un ex magistrado de fama internacional y unos cuantos sindicalistas y ex miembros de otro partido más escorado a la izquierda pidieron participar en la llamada Conferencia Política del principal partido de la oposición "para hacer frente a la derecha". Imagino que la impotencia política y la falta de imaginación programática es tan grande en la socialdemocracia y resto de la izquierda en general en España que consideran que el escenario político se compone de dos actores y la trama es maniquea. "Lo demás es silencio".


¡Derecha mala!
Sin embargo, podríamos al menos esbozar un escenario en el que los partidos políticos fueran más ligeros, cuya necesidad de financiación fuese mucho menor. Si, en un mundo ingenuo, los gastos de funcionamiento del partido se limitasen a sus oficinas provinciales y el grueso del gasto se lo llevasen las campañas electorales, podríamos proponer soluciones alternativas a sistema actual. Por ejemplo, y dado que las elecciones, según los mismos políticos nos insisten, son la "fiesta de la democracia" y fundamentales para ella, podrían programarse horarios extensos en las radios y televisiones (sí, también en las privadas, no olvidemos que son concesiones públicas) para que los distintos partidos expusiesen sus programas y debatieran entre sí sus ideas. En los periódicos, espacio para que los candidatos articulasen su posición sobre diferentes asuntos de importancia. Dado este acceso a los medios de comunicación, podría reducirse o incluso eliminarse la cartelería y la publicidad. Y puesto que los partidos políticos "son instrumento fundamental para la participación política" sería difícil de discutir que, en la quincena previa a las elecciones del tipo que sean, disfrutaran de ese amplio espacio gratuito en los medios de comunicación, por mucho que los propietarios de dichos medios protestaran. Al fin y al cabo, también a estos se les considera  vitales para cualquier democracia que se precie de serlo, por lo que se les supone y se les exige mayor compromiso con su mantenimiento.

Por otro lado, y al hilo de lo anterior, también quiero señalar que está lejos de ser autoevidente que los partidos que hayan conseguido más escaños o votos deban disfrutar de más tiempo en los medios ante unas nuevas elecciones. Si gracias a su éxito electoral anterior ya disponen de altavoz propio en la esfera política y en la pública en general, y si además se les ha premiado con la subvención pública, si ya sus diputados, senadores, concejales, etc., ya cobran con cargo al erario, ¿para qué, además, se les debería primar con mayor presencia mediática? Hoy en día, el esfuerzo que tienen que hacer terceros partidos a escala nacional (podría hacerse también el análisis en la escala autonómica) para superar el bipartidismo rampante es más que titánico, y sólo pueden florecer (o medrar) en tiempos de aguda crisis económica o política como la actual. Así, los partidos nunca comienzan de cero ni en igualdad de oportunidades. Los partidos mayoritarios seguirán siéndolo por pura inercia mediática y financiera. Mayor capacidad financiera y mediática les proporciona mayor conocimiento ciudadano y, a la postre, mayor representación, lo que, a su vez, les proporciona mayor poder institucional, mayor subvención estatal y vuelta otra vez a lo mismo. Un círculo vicioso que ha hecho que partidos y políticos hayan caído en el vicio de la soberbia política y enfermado de miopía social.


Háganme más caso: soy un estadista.
En este momento histórico, quizá lo que menos nos haga falta es ese bipartidismo (que, en caso de destrucción, algunos auguran que echaremos de menos) al que estamos acostumbrados. Dados a imaginar, no es descartable que mayor pluralidad política  no ocasione como consecuencia necesaria un Maelstrom social que se lo lleve todo por delante. Partidos políticos más fáciles de constituir, con mayor capacidad de transmitir sus ideas a la ciudadanía, menos costosos, con menor interés por cooptar las instituciones que gobiernen, que no aspiren a representar en exclusiva la pluralidad política ni a ser los únicos depositarios de la voluntad popular, más abiertos a la influencia de movimientos sociales y reivindicativos, más porosos en definitiva a las demandas de la sociedad civil y a los ciudadanos en general constituirían una alternativa harto más interesante que el mantenimiento del statu quo actual. Por otro lado, esa estructura más ligera les haría más resistentes,  sobre todo por falta de necesidad, a las tentaciones de la corrupción y la financiación ilegal (que suelen venir juntas). 

La creatividad, la originalidad y el atrevimiento teóricos no deberían estar reñidos con la praxis política ni con el llamado pragmatismo que se le supone a aquella.  Se necesita más imaginación y más solidaridad que nunca para hacer frente a las amenazas de todo tipo que nos aguardan a la vuelta de la esquina.