miércoles, 14 de septiembre de 2016

La religión es un asunto pasado de moda

En este artículo, tocaré un asunto francamente antipático e, incluso, pasado de moda, que rara vez causa simpatía, y muchas más, incomodidad o silencio. Se trata de la relación, a mi parecer, promiscua, entre la religión católica y la política oficial. Contra lo que pudiera pensarse en el marco de sociedades aparentemente secularizadas, dicha relación no parece sufrir síntomas de debilidad alguna.

Resulta llamativo, aunque dudo que sea producto de la casualidad, el reforzamiento del catolicismo como religión institucional de Canarias. Atrás han quedado aquellos debates que de forma esporádica aparecían transubstanciados en artículos en algunos medios de comunicación o en tertulias radiofónicas criticando la participación de las autoridades en eventos religiosos. Es como si se hubiera instaurado un consenso de fondo sobre la necesidad de silenciar o de no problematizar la interrelación político-religiosa en los últimos tiempos.

Es cierto, por otro lado, que jurídicamente ya no se discute la separación entre Iglesia y Estado, bandera liberal desde hace siglos. Sin embargo, el comunitarismo rampante de algunos de nuestros dirigentes políticos más conspicuos se distingue por emplear la religión y sus manifestaciones más populares, ya sean procesiones, romerías o festejos varios de santos o vírgenes, como herramientas, en sus propias palabras, de "cohesión social". Estos mismos políticos no dudan en justificar, asimismo, las subvenciones a equipos deportivos profesionales o a festivales musicales por el mismo motivo. Por sus palabras, pareciera que desde hace tiempo hemos entrado en una caída en barrena hacia la anomia, cuando no la desintegración, social, por lo que hace falta presidir, cuando no organizar, este tipo de eventos para volver a reunir a la ciudadanía desnortada. Sin embargo, mientras el deporte puede ser calificado de actividad transversal sociológicamente hablando, las religiones son excluyentes por su propia naturaleza. Si se profesa la religión católica, no se es fiel de la musulmana, ni de judía o hindú, ni de cualquier otra. Salvo casos especiales de sincretismo de circunstancias o de fusión new age, las religiones exigen fidelidad a sus ritos y valores. 

La religión debería haberse quedado en la esfera privada, algo que en Occidente, tras el agotamiento de las guerras de religión en los siglos XVI y XVII, ha conseguido, no sin retrocesos. Sin embargo, la peculiar historia de nuestro país, desenganchado de la Reforma, desenganchado de la Revolución Industrial y desenganchado de la Ilustración y de la Modernidad, hizo que hasta hace unas décadas, el catolicismo fuera la religión oficial, por lo que su presencia, todavía hoy, es bien notoria. Festejos, callejeros, himnos, canciones populares, medallas institucionales, etc. demuestran que a pesar del creciente descreimiento o falta de la práctica religiosa católica, la cultura de nuestro país, y la canaria, en particular, está profundamente imbricada con el catolicismo. Es una obviedad que, a pesar de todo, hay que recordar.

Todo lo anterior viene a colación porque con motivo de la fiesta de la Patrona de Gran Canaria, la Virgen del Pino (sí, cuánta mayúscula), asistieron a la misa en su honor el Presidente del Gobierno de Canarias, el Presidente del Cabildo de Gran Canaria, el Alcalde del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, el Alcalde de Teror, amén de otras autoridades civiles y militares (!). Lo que quiero resaltar es que estas personalidades no acudieron al acto religioso como personas que valoran sus creencias privadas, sino en calidad de representantes públicos. Todos estaremos de acuerdo en que, a pesar de su adscripción partidista y de sus creencias personales, dichos cargos políticos gobiernan y representan a toda la ciudadanía, luego habríamos de preguntarnos la razón de que acudan a eventos de una confesión religiosa, eso sí, compartida por gran parte de la ciudadanía, y por qué no a las de otras, como la fiesta del cordero musulmana, el Pésaj judío o el Holi hindú. Podríamos preguntarnos, apurando el argumento, por qué deberían ir a ninguna en absoluto, mostrando así su equidistancia con respecto a todas y expresando institucionalmente la separación entre el Estado y las confesiones religiosas. Es, como decíamos antes, una noción básica del pensamiento liberal incorporado a las constituciones democráticas modernas: la neutralidad estatal. Con este proceder, ningún ciudadano canario de otra confesión o ateo podría reprochar a las instituciones públicas o a sus representantes apología confesional de ningún tipo. 

Sin embargo, amparados en las tradiciones mayoritarias, con el beneplácito, incluso apoyo expreso, de los medios de comunicación y con un ojo puesto (eso, siempre) en alinearse con los gustos de su potencial electorado, los altos cargos políticos se entregan con entusiasmo a la visibilidad que proporcionan los asientos reservados en la misa de turno o los primeros puestos en la procesión de la Virgen o del santo en cuestión. Cuestión ésta de los asientos reservados o el orden en la comitiva que, por otro lado, no deja tampoco de traslucir una preocupación casi insana por la explicitación de la jerarquía y por la delimitación física y simbólica del espacio de los gobernantes frente a los gobernados y que se extiende a los espacios deportivos y culturales, como los famosos palcos y asientos VIP.

Todo esto no es nuevo, no obstante. Lo llamativo, como señalé al principio, es la ausencia de debate alguno al respecto. No es sorprendente en los medios de comunicación tradicionales, satisfechos de tener muchedumbres que fotografiar y anécdotas costumbristas que  relatar (aunque se repita año tras año ad nauseam) a un público lector contento por verse, por una vez, protagonista, reflejado en ese peregrinaje por carreteras serpenteantes, pero hasta donde alcanza mi conocimiento, no se ha problematizado tampoco en medios alternativos ni en las redes sociales. Debe de ser porque, al fin y al cabo, nuestra población sea más homogénea de lo que pensamos algunos o porque, en contra de los temores de nuestro presidente del Cabildo, estamos muy, quizá demasiado, cohesionados.


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